viernes, 1 de abril de 2011

Prólogo


prólogo
Primero fue «Aprender a defenderse en prisión». Luego, hace poco más de dos años, llegó el «Manual para la defensa de las personas presas». Prologaron respectivamente aquellos libros el Fiscal Antonio del Moral y el Profesor Francisco Bueno Arús, hombres buenos, buenos juristas y humanistas, maestros de muchos, también míos. Ésta última obra, por ahora, de Julián Carlos Ríos Martín enraiza en aquellas pero las supera en calidad y riqueza de contenidos. La notoria menor valía del prologuista es defecto que sabrá perdonar el lector, sobre todo si, sensatamente, opta por rehuir el prólogo y pasar directamente al capítulo primero.
Por si alguien piadoso o despistado continúa leyendo, quede aquí elogio del autor y el escrito. Se ha dicho que la bondad es una forma superior de inteligencia. La bondad trasciende en cada página de este libro que tiene su brillo y su gloria en la consciente renuncia a brillar y gloriarse. A lo largo de dieciocho capítulos el autor se sitúa en el lugar del preso, en sus miedos y tribulaciones, en su piel y se pregunta, se pregunta, se pregunta. Luego, con singular lucidez, responde. La técnica, que vagamente recuerda la de los viejos catecismos, puede parecer sencilla. Si alguien lo cree así, pruebe a formularse cerca de cuatrocientas preguntas como las que aquí aparecen y a contestarlas, con rigor, con citas y al tiempo inteligible aun para los menos cultos, y de suerte que, sin mengua de todo ello, en las respuesta vibre la esperanza y la apuesta por el hombre y por la vida. Eso ha hecho Julián. En las páginas que siguen está la entrada en la prisión y la salida y toda la vida -o la muerte- entre esos dos momentos y aun más allá de ellos: recuentos y sanciones, permisos y recursos, trabajo y maternidad, enfermedad y droga, traslados y comunicaciones, excarcelaciones y supervivencia... Un centenar de formularios o modelos de muy variados escritos completan la exposición y pueden servir de guía a los presos en sus quejas, peticiones y recursos.
Porque el libro, útil para todos, necesario para muchos, está escrito para los presos. Personas sobre el papel y en las grandes y vacuas declaraciones. Seres olvidados salvo para quienes los aman y, quizá, para jueces y funcionarios, que, a veces, los recordamos porque no nos queda otro remedio y, con más frecuencia de la deseable, los complementamos como fuente de insomnio y amargura, como los que tan duro tornan nuestro salario. Lejanos –quizá no ajenos– a su desgracia, aún les reprochamos que su desgracia nos salpique. Personas de carne y hueso para el autor, que sufre con ellas, que apuesta por ellas y con ellas pierde y pierde y pierde y gana. Queridas y respetadas por personas, más aún por presas, en la vida y en cada línea de este libro, que, sin embargo no está escrito contra nadie. Sin una brizna de odio, sin un reproche, sin una descalificación o una palabra ofensiva esta obra parece limitar sus objetivos o dulcificar el sistema de prisión imperante. Pero en la desnudez de la exposición, en la sencillez de las reflexiones y los datos, en la representación de la normalidad de todos los absurdos hay una carga de profundidad que revienta ese sistema, que cuestiona la congruencia de su aplicación práctica con sus pretendidas raíces ideológicas, que lo denuncia como estérilmente cruel. Al autor le sobra modestia y a los demás nos falta perspectiva para valorar lo que ha hecho. Creo, sin embargo, no equivocarme, si auguro para los presos -y los no presos- un antes y un después de los estudios de Julián Carlos Ríos. Y el después será mejor.


Arturo Beltrán Núñez
Noviembre de 1998

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